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Sunday, December 26, 2010

The Wall Live

Roger Waters

San Jose, California, 8 de diciembre del 2010

México DF, México, 21 de diciembre del 2010



Cuenta la leyenda que, en un concierto de Pink Floyd en Montreal en julio de 1977, durante la gira mundial de su macabro Animals, el bajista Roger Waters, para entonces ya amo y señor del grupo, sentía que ya no soportaba a su audiencia. La detestaba tanto...


A Roger le reventaba matarse componiendo canciones acerca de la sombría realidad de occidente y compararla de una forma musicalmente orwelliana, sólo para que los chicos de la primera fila se pongan a gritar incoherencias en pleno vuelo marihuanero. Antes, las presentaciones de Pink Floyd eran más reducidas e íntimas, en clubes nocturnos y lugares de mediana capacidad –hablo de los de la era de Syd Barrett hasta incluso los conciertos del Dark Side of The Moon-, y el nivel de fama como para llenar estadios aún no les había alcanzado. Moon y el super-disco Wish You Were Here les otorgaron el bien merecido estatus stadium.


Pues bien, la del Animals fue una gira desastrosa. Waters varias veces tuvo que cantar y tocar enfermo, y fue en aquel concierto que mencioné en el primer párrafo, en el momento cumbre de hastío y arrebato, al encontrarse frente a un chico de la primera fila gritarle en la cara quién sabe qué cosa, en el que no pudo evitar lanzarle un escupitajo cual auquénido progresivo.


Quién sabe qué habrá sido de la vida de ese chico fanático. Quizás le gritó “¡Waters, eres un genio!” o “¡estoy volando!” Es lo de menos. Sabemos que Waters, después de ese incidente, se sintió pésimo: en vez de encontrar una catarsis mandando a la mierda a ese mocoso, se sumergió en una profunda depresión. Notó que entre la banda y la audiencia había una especie de barrera, una especie de muralla que impedía la comunicación. Él cantaba canciones de desolación, de amor no correspondido, de cartas no contestadas, y el público cada vez quería más luces y efectos de sonido sorprendentes, cataratas de fuegos artificiales, aviones estrellándose en el escenario, cerdos volando.


Como con cualquier gran artista, la depresión dio paso a la creatividad. Esta vez, la idea de una pared siguió dando vueltas en el cacumen de Waters: una pared dividiendo a la audiencia y a la banda... cada canción es como un ladrillo, y qué espectacular sería que el concierto acabe con la pared construida, como gran final, y la banda tocando sobre ella como gatos techeros. Pero Waters, como buen introspectivo que es, se percató que la pared tenía que ser derrumbada como analogía de una verdadera catarsis. Imagino que Roger debe haberse puesto a escribir su obra con el corazón saliéndose del pecho. Mientras construía su pared musical, Waters construía otra: una separándolo a él del resto de Pink Floyd.


Obviamente, ninguno de los otros tres miembros de Floyd, el baterista Nick Mason, el guitarrista David Gilmour y el tecladista Richard Wright estaban a la altura del nivel creativo que Roger Waters tenía (esto según el propio Waters. El tiempo se aseguró de darle la razón a Waters, pero quizás hablaré de esto luego). Al salir The Wall, el álbum más vendido de los setentas, Pink Floyd ya no era una banda de cuatro integrantes con la misma influencia y capacidad creadora: era Waters y una tropa de músicos de apoyo, entre los que se encontraban los demás miembros de Floyd, esparcidos por aquí y allá. El mismo Roger Waters se encargó de despedir oficialmente a Richard Wright, pero éste último participó, sin problema alguno, en la gira The Wall como músico asalariado (esto a la larga le salió más conveniente a Wright puesto que la gira arrojó pérdidas que tuvieron que ser absorbidas por los miembros activos de Floyd y los productores. Wright en verdad no perdió una sola libra esterlina). Cuatro ciudades y muchas fechas: Londres, Los Ángeles, Nueva York y Dormund. Una pared inmensa que se iba construyendo y se iba derrumbando en cada actuación. Como era de esperarse, Waters se saturó con su egolatría y, cual arrogancia extrema, decidió continuar el tema de The Wall en un disco llamado The Final Cut, en donde oficialmente Richard Wright estaba fuera del bote y Waters componía absolutamente todo. Gilmour y Mason simplemente lo seguían y miraban de lejos. Al finalizar el disco, Waters anuncia que Pink Floyd ya no va más y se iba del grupo. Los otros dos decidieron seguir con la banda y se inició uno de los conflictos más vergonzosos de la historia del rock. Digo vergonzoso porque ninguna de las dos partes quería ceder: Waters por un lado, impidiendo que Gilmour tome las riendas del grupo usando el catálogo de canciones compuestas por el mismo Waters, y Gilmour por el otro, pisando el palito de Waters y hablando pestes de él cada vez que podía. Al final, Gilmour y Mason ganaron el juicio a Waters y pudieron seguir como Pink Floyd, reclutando a Wright de vuelta.


Como vemos, Roger Waters había construido una pared mucho, muchísimo, más grande que la que había planeado. Esta vez la pared se había vuelto parte intrínseca de su propia vida. Pero los vientos de cambio no se hicieron esperar: en 1989, un muro mucho más dañino, el de Berlín, se derrumbó y Waters aprovechó la oportunidad para presentar, al año siguiente, su obra en dicha ciudad, con invitados como Cyndi Lauper, Ute Lemper, Paul Carrack, Thomas Dolby y Sinead O'Connor. Waters, magno y pedante, seguía siendo la versión real de aquel músico descrito por él mismo en The Wall  e interpretado por el músico Bob Gedlof en la película de Alan Parker sobre el mismo disco, una excelente película musical que fue malentendida en su momento. Cada presentación, entrevista, exposición a los medios, traía consigo la pregunta inevitable: ¿cuándo dejarán de comportarse como niños, limarán asperezas y se juntarán de nuevo los Pink Floyd?

La pared seguía creciendo hasta que, el año 2005, Gedlof, quien era además de músico el organizador de Live Aid, contacta a Roger Waters y a David Gilmour y les pide reunirse para una nueva versión de su festival anti-pobreza, Live 8. Increíblemente, Waters aceptó. Gilmour al principio se mostró reticente pero de todas maneras sabía que tenía que hacer algo grandioso, trascendental, para ayudar a eliminar la pobreza en el mundo. Qué sacrificio más grande que el de perdonar a su enemigo. Esa fue la primera grieta en la pared.


Pues bien, en el 2010 llegó el momento de derrumbarla. Roger Waters recreó y repotenció el show de 1980 y salió a por el mundo para volver a contar la historia de Pink, el músico cuyos traumas crean una pared entre él y los demás. Una obra personal, magna, pomposa como lo mejor del rock de los setentas, The Wall fue exactamente lo que el público de ahora, 2010, necesitaba: un evento multimedia en el cual la pared se torna nuestra pantalla de computador, nuestro teléfono móvil. No hay mayor diferencia en la temática de la obra de 1979 con la del show del 2010… bueno, ahora en vez de "trece canales de mierda de donde elegir" tenemos trescientos. Pero la idea es la misma: nos hemos encerrado tras una pared de miedo, de jarabe de maíz, de noticias malas y comerciales para comprar productos y servicios que no duran más de tres meses. Cada uno de esos ladrillos es presentado con la espectacularidad que ya es insignia de Roger Waters y, claro, de Pink Floyd. El bajista no pudo haber escogido un mejor momento para derrumbar su pared personal que ahora, en que el mundo está “igual de peor que siempre”. Waters, con su pared, intenta imitar a la Guernica de Pablo Picasso, con majestuosidad, dramatismo, sufrimiento, indiferencia, colores, las tradicionales letras pintarrajeadas y, claro, con la constante escala en re menor de tres notas que perfila toda la obra, aquella de we don't need no education... Dichas tres notas están muy arraigadas en la psique de Waters: ya las había presentado en 1968 en su “Set The Controls For The Heart Of The Sun”.



“Comfortably Numb”, la mejor canción de Pink Floyd y el mejor momento del show, está basada en una experiencia de Waters durante la gira del Animals. Aún con hepatitis, tuvo que salir a tocar para satisfacer a la manga de ignorantes de la primera fila, gracias a una inyección que supuestamente "haría magia" en su organismo. Waters, en The Wall, pareciera que desnudara su propia alma pero en verdad lo hace con la de todos: ¿Quién no ha gritado alguna vez “don't leave me now"? ¿Quién no ha sentido cólera ante la sociedad de consumo? Es más, ¿quién, de una forma u otra, no se ha sentido inconforme con la realidad actual en general y la suya propia?


Roger Waters dijo, al finalizar su concierto, que cuando escribió estas canciones él era un "sujeto miserable" y que mucha, muchísima agua había pasado por el río. Esta vez, concluyó, se sentía bien consigo mismo y con su público. No hubo escupitajos por parte de él, ni críos que gritaban sin saber qué estaban escuchando y viendo. A Waters le creí no por sus palabras sino por sus actos: recordar a los caídos en las últimas guerras, de todos los bandos posibles; afirmar que la paz es un deber y un derecho; haber limado asperezas y enterrado el hacha con sus ex compañeros de Pink Floyd antes de la muerte de Richard Wright. Esa fue la verdadera base del show de Roger Waters y su equipo multimedia: la autoridad musical y personal de decirle al mundo que es hora de derrumbar paredes, porque la suya ya lo estaba.



"Quítenme las cámaras, que os parto la madre".




Lo que sigue a continuación es lo que escribí anteriormente sobre el álbum The Wall, con la colaboración de Roxana Fernández y Arelí Martínez en 1999.





Ya no se puede mencionar la importancia de Pink Floyd en la historia del Rock sin mencionar a su obra más popular y conocida: The Wall. Felizmente para unos, lamentablemente para otros, Pink Floyd será recordado para la eternidad por el éxito de este disco; sin importar que Dark Side Of The Moon haya estado 13 años en las listas de álbumes Billboard o que, en general, Wish You Were Here es música de los dioses.



No era el estilo de Floyd hacer canciones cortas con connotaciones sociales ni familiares. Lo de ellos eran los largos eventos cósmicos y las alucinaciones basadas en las locas ideas de Syd Barrett, el primer guitarrista del grupo e influencia absoluta en toda la música que hicieron después. The Wall fue la respuesta que el fanático de Pink Floyd estaba esperando desde 1977 -año del ameno pero flojo Animals (Columbia)-, a la pregunta: "¿Sucumbió Pink Floyd tragándose a si mismo con todo su rollo progresivo?" La respuesta que da The Wall es, obviamente, "no".



The Wall es un disco con mucha suerte, lanzado en el momento justo por la banda justa y para el público que lo había estado esperando. Finaliza la década de los setentas con el gran contraataque al Punk Rock del grupo líder del rock progresivo. Producido por Roger Waters y Bob Ezrin (productor de Alice Cooper y Peter Gabriel), las sesiones de grabación empezaron en noviembre de 1979 y ya en diciembre se lanzaba el primer single: "Another Brick In The Wall Part II" con el que llegan al número uno de las listas de éxitos inglesas y luego, en la mayoría de países. Al tratarse de una obra de gran envergadura, cabe mencionar que, según David Gilmour en la entrevista que dio a la revista Musician en 1992, The Wall tuvo a muchos, demasiados, músicos de sesión invitados por Waters y Ezrin. Varias tomas de batería estuvieron a cargo de Jeff Porcaro, el buen guitarrista Lee Ritenour interviene en varias surcos; y se tuvo como apoyo a casi un grupo entero: Snowy White (guitarra), Willie Wilson (batería), Peter Wood (teclados), Andy Bown (bajo) y los coros (que sí están creditados correctamente en la funda) de John Joyce, Stan Hass, Jim Farber y Joey Chemay.



¿Y qué era de David Gilmour, Nick Mason y Rick Wright? Estaban ahí, pero pintados. El nombre de Richard Wright no se menciona en la funda del disco. Gilmour tocó el bajo en más sesiones que Waters, convirtiéndose en un músico de sesión más. Cuenta Gilmour, además, que Waters le agradecía a él siempre los premios que las diversas asociaciones relacionadas con la música le daban por "mejor bajista". Ironías de la vida, Roger nunca pudo tocar un bajo sin trastes: el bajo en "Hey You" es de David Gilmour. Es más, Rick Wright ya había sido despedido por Waters para The Final Cut (Columbia, 1983).



Pero, ¿cómo no se le iban a subir los humos a un tipo que había compuesto y ejecutado la obra maestra más exitosa del rock progresivo? Waters ya había dejado el bajo, ahora cantaba solista, micrófono en mano.









The Wall (Columbia, 1979)


Introducción






Diciembre de 1999 marcará el vigésimo aniversario del célebre disco de Pink Floyd "The Wall". Para celebrar semejante evento, y seguramente para capitalizar la celebración con algunos dólares, EMI Records editará Is There Anybody Out There? The Wall Live, el primer día de diciembre.



Como su nombre lo indica se trata de un álbum doble  en el que Pink Floyd registrará los mejores momentos de la gira mundial (en sólo cuatro ciudades) en donde presentó The Wall, disco que vendió más de 17 millones de copias, aunque sin alcanzar el récord establecido por un trabajo anterior, "Dark Side Of The Moon". El disco contará con una edición limitada, con nuevo arte y, seguramente, con las ya clásicas figuras de Gerald Scarfe.


La música de este nuevo álbum se grabó en Los Angeles, Dortmund, New York y Londres. Fueron solo cuatro ciudades, ya que el concepto escénico era muy costoso en lo económico (mientras la banda tocaba, se iba construyendo una pared, que al promediar el concierto se derribaba) y muy difícil de trasladar. De manera tal que Pink Floyd optó por hacer pocos shows que respetaran su idea. Cuando se hizo un trabajo especial para el Museo del Rock en Cleveland, Roger Waters escribió lo siguiente sobre The Wall:


"En los viejos tiempo, antes de Dark Side Of The Moon, Pink Floyd tocaba para audiencias que, en virtud de su mínima cantidad, permitía una conexión íntima y mágica. Después llegó el éxito, y en 1977 ya estábamos tocando en estadios de fútbol. La magia sucumbió bajo el peso de los números. Nos estábamos transformando en adictos a las trampas de la popularidad. Me descubrí a mí mismo alienado en esa atmósfera de ego y avaricia, hasta que una noche, en el Estadio Olímpico de Montreal, mis frustraciones estallaron. Un loco fan adolescente comenzó a treparse por sobre el vallado que nos separaba del público, gritando su devoción a los semidioses más allá de su alcance. Encolerizado por su mala interpretación y mi propia rabia, escupí mi frustración en su cara. Esa misma noche, más tarde, ya de regreso en el hotel y shockeado por mi comportamiento, me sentí frente a una elección. Negar mi adicción y abrazar ese estado de "confortable adormecimiento", o bien aceptar la carga de la introspección, tomar el camino menos transitado, y embarcarme en el, a menudo, doloroso viaje de descubrir quien era yo y a donde pertenecía. The Wall fue la figura que utilicé para poder ayudarme a tomar una decisión. La que necesitás para armar un fin de semana perfecto."






A Conceptual Recording Made by Pink Floyd



Waters contaba en dos long-plays la sucesión de traumas que llevan a nuestro héroe Pink a una amarga soledad. The Wall, aunque inspirado en Pink, encuentra más influencia en la vida del hermano de Roger, Eric Fletcher Waters. Es mucho más que la historia de la decadencia de la enfermiza mente de Pink; es todo lo que Waters detesta del sistema británico. En orden de aparición en el disco, "In The Flesh?" inicia toda esta visión de Waters, que bien se percibe el daño que le hizo que su hermano partiera a Vietnam, no cabe duda que la correspondencia de éste avivaba a Roger, por el hecho de que nunca entendió el porqué de entrar al frente. Claro que Roger sabía lo inútil de la guerra basada en la teoría del dominó y lo expresa con esta frase: "pensaste que te podía gustar ir al espectáculo, a sentir la cálida emociónd e la confusión, ese espacio de resplandor de cadete" "únicamnete tendras que desgarrar tu camino a través del disfraz".


"The Thin Ice" es un poco más depejado, si bien al alegorizar al "bebé" como a cualquier soldado al cuidado del sistema, le adiverte en forma subliminal en "Te resbalas fuera de la profundidad, y fuera de tu mente con tu miedo fluyendo detrás, a medida que despedazas el hielo delgado.." la música que acompaña estos dos primeros episodios de la historia bien interpreta el dolor de Roger, la guitarra eléctrica, que más tarde descansará hasta la primera parte de otro ladrillo en el muro, es el preludio de la historia, que se muda al pasado.
Pink intenta con rabia entrar al sistema a luchar contra él, pero paga caro el precio por adentrarse, "...en la carne sentirás la cálida emoción al ver el resplandor de la confusión en la guerra, te resbalas en la grieta del hielo delgado y te hundes en la profundidad, fuera de tu mente con el miedo detrás....", así es en donde su padre se marcha a la guerra, "..papá se fué, atravesando el océano, ¿qué dejaste detrás para mí?, solo un ladrillo del muro, solo son unos ladrillos más de este muro, tu recuerdo es una foto, un ladrillo.." "Another Brick In The Wall Part I", es el primer hilo que conduce esta historia; el primer bloque en el muro personal de Pink. Como antecedente de la parte más popular de la obra, cuenta a modo de sarcasmo sus días de escuela, "cuando éramos unos niños, los maestros nos herían de cualquier forma posible, exhibiendo nuestra debilidad, solo nos quedaba el consuelo de que cuando regresaran a casa, sus psicopáticas y gordas esposas harían de cada pulgada de su vida un infierno..."
Los ladrillos de la pared son aquellos traumas e incomodidades que lo van separando del mundo y, sobre todo, de la gente que lo quiere (porque la gente llega a querer a la gente detrás de las paredes). Empieza en la segunda guerra mundial con la muerte de su padre, afectando a la madre y haciéndola extremadamente sobreprotectora con su pequeño hijo. Al ser sobreprotectora, lo vuelve retraído y muy solitario. Se da cuenta del brutal sistema educativo británico y protesta con el himno más famoso del álbum, la parte 2 de "Another Brick in the Wall". "No necesitamos educación, no necesitamos Control de Pensamiento, no más burlas, déjanos solos!!!!, maestro, déjanos solos, solo eres un ladrillo más del muro..."
Al ir creciendo se da cuenta del horror del sistema capitalista al provocar hambre y desempleo ("What shall we do now?"). La culpa interna de ser un músico vago inútil para la sociedad abruma a Pink.


De pronto, pasamos a observar otro ladrillo más del cuento. Pink tiene una charla con Mamá:


Madre, ¿crees que acabarán conmigo?, ¿debo construir un muro?, ¿me pondrán en la línea de fuego?



Bebé, tranquilo, sabes que yo haré realidad todas tus pesadillas, no te dejaré volar, tal vez cantar, te ayudaré a levantar el muro...



Madre, ¿quieres decidir mi vida?


Bebé, claro que sí.

Pink se pregunta si ha visto suficientes horrores y sufrimientos, el fuego se ha apagado, pero su ardor sigue doliendo, adios al cielo azul, ahora llenará su muro de espacios vacíos...


"Soy un chico nuevo, no conozco alrededor, necesito una mujer, indecente, ¿alguna me hará sentir hombre de verdad?, libera a este refugiado del rock´n roll!!!!!...." un trabajo de guitarra bastante sencillo, pero estridente. David Gilmour ejecuta magníficamente la guitarra en Young Lust; ácida y muy negativa, como ir andando de putas por una ciudad industrializada y fría. Podría ser una reminiscencia de la música que se usa en las películas porno. Gilmour no tiene mucha velocidad en sus dedos, pero si mucha presión. Como diría B.B. King,

es como los automóviles; puedes tener velocidad o economía, más no ambas cosas a la vez.


Su relación con las mujeres va de mal en peor, al buscar refugio en la prostitución ya que el pobre chico no sabe amar. ¿y cómo va a saber si nunca le enseñaron? Otro ladrillo se añade a la pared cuando su esposa, harta de la indiferencia de su marido músico -ya la alegoría a Syd Barrett es notable-, lo engaña con un pacifista (esto se ve explícitamente en la película que hiciera Alan Parker en 1982).
Pink inicia su vuelo, sabe que ha cambiado y nada puede sentir.....aun así, destruye la habitación....."déjame destruir todo, ¿quieres verme volar?, ¿quieres que me detenga?, ¿porque corres?...." "No me dejes, ya estoy saliendo, ¡no me dejes!.....sabes cuanto te necesito..."


La tercera parte de otro ladrillo más del muro, "estoy solo, no necesito muros a mi alrededor, no necesito drogas, ya he visto la escritura en el muro, solo fuiste otro ladrillo...
Sin duda, otra parte importante, es cuando Roger habla con Pink, desnudo, oscuro y solo, sabe que el muro es alto, los gusanos se comieron su cerebro...este es el momento d lucidez entre Roger y Pink.
-¡Hey tú, siempre haces lo que se te dice, tú, el que estaba más allá del muro, no me digas que no hay esperanza!
-"Fuera del muro nos mantenemos juntos, de pie; dentro el muro nos hace caer"......


-¿Hay alguien allá afuera?
Jamás se había expresado tanta soledad en una canción, probablemente.
Pink todo lo vacía en su piano, con sus brazos marcados, sus dedos manchados de nicotina, quiere volar, pero no sabe hacia a dónde, y al compás de los violines, recuerda a Vera Lynn, pero sabe que si llama, nadie contestará.
La parte más sombría llega con "Comfortably Numb", en donde Pink trata de pedir ayuda a sus amigos, pero las drogas no lo dejan. Busca pretextos para justificar su dejadez: la fiebre que tuvo de niño, su temor a la rehabilitación, el ajetreo de las giras... la gota que colma el vaso es cuando dice "basta" y es sometido a un juicio por un enorme gusano.
Entonces, Wall tiene un caso interesante de un círculo vicioso, el cual tiene que ser roto, para mejor salud mental de Pink y del oyente, mediante un juicio a cargo de un gusano-juez de lo más asquerosamente arbitrario posible. Los testigos del juicio: el maestro de escuela, la esposa (ambos solicitando un castigo severo para el acusado) y la madre, quien lo coge en sus brazos y le pide al juez que lo absuelva para que se pueda ir a casa (parece que un modesto castigo a través de la justicia inglesa es mejor que esto último).
No, la condena de Pink es peor: todos los que lo rodean tienen que verlo sin esa pared que lo fue cubriendo durante todo el disco. A derrumbarla, se ha dicho. A romper con los traumas que nos impiden ser libres; en otras palabras, ¡a madurar, carajo!




El Boom de Wall
Escribe: Javier Moreno


Pink Floyd estaba creciendo con The Wall más como concepto que como banda, ya que los demás integrantes del grupo cada vez tomaban menos decisiones. Waters y su orquesta eran Pink Floyd y listo; algo así como los Nine Inch Nails, un grupo de un solo integrante. Debido a su vanguardia, The Wall carecía de todos los efectos psicodélicos y del teclado característico de Richard Wright. Solo faltaba que Frank Sinatra cante "Nobody Home" en las Vegas y listo el pollo (imaginen a Frank incluyendo este tema en su álbum Trilogy). Pink Floyd ya no era aquel cuarteto sorprendente y cósmico de Meddle y de Dark Side Of The Moon. Ahora era el seudónimo de Roger Waters, quien había logrado el más profundo homenaje-crítica a su mentor y guía de los sesenta, el señor Syd Barrett.
Una presentación impresionante de tres fechas en el Memorial Sports Arenna de Los Ángeles, California, en febrero de 1980 es la única gira de Pink Floyd introduciendo el álbum al mundo. El avión que se estrella, el cerdito volador, y varias grúas detrás del escenario empiezan a construir el muro que oculta al grupo del público, tal como los traumas de Pinky lo separan de los seres que lo quieren, según la historia narrada por Roger Waters.
Ahora Waters es el amo y señor del grupo, las letras y el concepto del disco son totalmente suyos; pero esencialmente The Wall es la historia de Syd Barrett, con muchas anécdotas del propio Roger Waters, amo y señor de Pink Floyd entre 1975 y 1981.
Concluyendo, The Wall es un disco imprescindible en cualquier colección de Rock Clásico. Veinte años después, es considerado uno de los mejores álbumes de todos los tiempos en cada encuesta que se hace sobre el tema. Ahora, si no han escuchado The Wall, sería un buen momento para hacerlo.


Wednesday, December 8, 2010



"Imagine / How / Give Me Some Truth / Oh My Love", John Lennon, EP edición soviética de 1983, disponible en Amazon.com



Continuando con la serie de artículos que he escrito sobre la vida y obra de John Lennon, llego a conmemorar un aniversario más de su muerte. Esta vez son 30 años de la tragedia. Quizás la mayor tragedia del rock and roll y de la música popular. Un alma joven, a los 40, dispuesta a seguir creando, queda silenciada por las cinco balas de un desquiciado con excelente puntería llamado Mark David Chapman.






El sueño acabó. Los Beatles jamás se reunirían. La era de la esperanza llegaba a su fin. El mundo cruel le daba el alcance a aquel cantante que se atrevió a cuestionarlo, después de que éste le quitara a su madre. Para colmo, el cantante fue asesinado por un demente obsesionado con su ex-grupo y su improbable reunificación. ¿Muerte absurda? Sí. Más que absurda. Tan absurda como la confesión del asesino: "No quería hacerle daño a nadie... ah, y a propósito, actué solo. Sólo yo, lobo solitario con mi copia del libro Catcher On The Rye". Suficiente.






El 17 de Noviembre de 1980, Double Fantasy, el álbum de John Lennon y Yoko Ono, aparecía en el mercado bajo el sello Geffen. Producido por Jack Douglas, es un disco bastante elaborado y hasta cierto punto sobre producido: Lennon gustaba de grabar su voz sobreponiendo pistas y modificándola con la mayor cantidad de efectos posibles. Al aparecer, la crítica fue un poco dura con el disco, calificándolo de "un desastre de la auto-obsesión". La prensa musical en general no le prestó mucha atención a aquel "retorno" de John a los estudios y, probablemente, a los escenarios.


Muchos de esos comentarios negativos no vieron la luz, puesto que tres semanas después, Lennon caía abatido y el disco se convertiría en inmortal inmediatamente. Geffen Records retiró toda la publicidad del álbum para evitar parecer mercaderes de la pelona, aunque el disco se vendió como pan caliente. 



En la iglesia más grande del mundo, en Nueva York, se tocó “Imagine” en el órgano (figúrense) y se calificó a Lennon como “un hombre de paz”. Y aquellos 10 minutos de silencio el 14 de diciembre a las dos de la tarde, hora de New York, solicitados por Yoko, marcaron el fin de una era y el inicio de otra. Es ahí donde el rock and roll perdió su inocencia y se colocó en la cresta de la ola, en el mismo sitio donde algunos años antes había estado el Jazz como fuerza social y política.






Al quedar viva, Yoko Ono se llevó la peor parte. Nada de lo que había vivido o sufrido con John le había preparado para esto: al enterarse en el hospital que no se pudo salvar a John, gritó que era mentira, que no era cierto, y sufrió un ataque de nervios y se arrojó al suelo, golpeándose la cabeza una y otra vez. Quería hacerse daño. Un amigo suyo la sostuvo, le ayudó a levantarse y le dijo: "piensa en Sean. Tienes que cuidar de él". Yoko habrá sacado fuerzas de donde no había y tuvo que ir a contarle a su hijo lo que había pasado. Lennon yacía muerto en la camilla de un hospital, y la noticia corría veloz como las balas que lo asesinaron.  En verdad fue como si hubieran matado a alguien de la familia: una de las peores formas de morir, asesinado por lo que eres, por lo que crees, por negarte a hacer lo que los demás quieren que hagas. Algo así como un crimen racial u homofóbico. Qué terrible.





Un fantasma de paranoia y horror cubrió la ciudad de New York y el resto del mundo, más o menos como ocurrió días después de los atentados del 11 de Septiembre del 2001. Subliminalmente, el hecho de que Chapman haya disparado contra su ídolo, contra la persona a la cual deseaba parecerse, para luego afirmar que "actuó solo" y que "recibió órdenes de su lado maligno", daba a entender a la juventud, a la generación de Woodstock, a la del amor libre, que había llegado un nuevo Sheriff al pueblo y que la vida humana valía lo que costaba una bala expansiva.  Que llegó el momento del miedo y la incertidumbre. Aquella noche del 8 de diciembre de 1980 no sólo murió un hombre, un cantante, un guitarrista, un Beatle, sino la confianza de toda una generación. David Bowie, Ringo Starr, Linda Ronstadt y Paul McCartney se consiguieron guardaespaldas inmediatamente,  y este último no salió de gira hasta nueve años después. Quizás fue el temor a  las balas, y quizás también por la poca predisposición del gobierno estadounidense a controlar las armas y a los locos que las usan. Ronald Reagan acababa de ser elegido el 4 de Noviembre y se venían años muy, muy rígidos y difíciles. El presidente electo, al ser preguntado sobre la muerte de Lennon, culpó a las pandillas criminales de Nueva York.






El mensaje de aquel fin de año de 1980 era, según el crítico Greil Marcus, uno severamente retrógrado y terrorífico: cualquiera que crea que tiene a Dios de su lado, además de una pistola, puede hacer justicia en este mundo pagano. El mensaje secreto: "algunos pertenecen a este país. Otros no. Algunos son dignos, otros no. Algunas opiniones son benditas, otras malignas. Con la bendición de Dios, los mensajeros del Señor separarán a unos de otros". Según Marcus, los puritanos habían regresado y con más fuerza que nunca, a reclamar de vuelta la sociedad que alguna vez fundaron, aceptando la vulgarización de sus creencias si eso significa que, una vez más, Dios y sus siervos serán capaces de ver a Estados Unidos, o a Occidente, y diferenciar a los elegidos de los reprobados, a los redimidos de los condenados. Dicho “mensaje” no inspiró a Chapman directamente, pero es ese tipo de mensaje, el cual juzga –o prejuzga– al inocente y al culpable, el que puede vincular un ataque de locura particular con una justificación pública. Puede señalar relaciones extramatrimoniales así como tendencias políticas y condenarlas rápidamente. Si un estado aprueba este tipo de comportamiento, entonces Chapman tiene el derecho inalienable de matar a quien considere está afectando negativamente su vida. He ahí el motivo por el cual Chapman se la pasa pidiendo su libertad condicional y por el cual se muere de miedo de ser envenenado o asesinado: para él, la muerte de Lennon fue algo que tenía que hacer, por más que luego afirme en los tribunales que fue una "fuerza maligna que lo obligó".





Yo les voy a decir qué es una fuerza maligna: el quemar libros, el quemar gente, el miedo a expresar una opinión y vivir temiéndole a todo. El asesinato de John W. Lennon fue el peor “tate quieto” dado a Estados Unidos desde las muertes de John F. Kennedy y Martin Luther King, Jr.: con el mismo loquito suelto de siempre, apellídese Oswald o Chapman, la pregunta importante no es el "quién", "cuándo" o “dónde”, sino "por qué". La respuesta al "por qué" la sabemos, tanto como las respuestas a las otras preguntas.






John nos dejó hace treinta años y los últimos diez años de su vida, o al menos la mayoría de éstos, fueron años de mucha honestidad y expresividad. Podemos haber estado de acuerdo con él o no. Pero no se calló la boca, no fue hipócrita. Luchó por lo que creía. Se convirtió en un hombre de paz, tal como lo afirmó la Iglesia. Un hombre cuya guitarra no disparaba, pero sabía a dónde apuntar. No tenía una AK-47 cuando grabó "Working Class Hero", sino una guitarra de palo y una voz directa, al grano. Con "Imagine" invitó a la gente a pensar más allá de lo que los periódicos, la religión, la geopolítica y la TV les embutían entre sus orejas. No planteó la creación de un nuevo orden con un manifiesto comunista musical (John Lennon no soportó ninguna forma de dictadura, y es por eso que los Beatles nunca fueron aceptados en la República Popular China, aunque Lennon tenga una estatua en La Habana, Cuba), ni pensó derrocar a aquel sistema capitalista que en el 2008 te falló a tí y a mí. Por sobre todas las cosas, John era un cantante. Punto. Si en 1966 afirmó que los Beatles eran "más famosos que Cristo", en 1980 demostró que su imagen transmitía un mensaje de paz, de amor, de entendimiento. ¿Los Beatles más grandes que Jesucristo? Es lo de menos. El mensaje era el mismo.





Los tiempos difíciles que le tocaron vivir a Lennon y a su generación fueron menos complicados que los que ahora llevamos. Ahora es más fácil borrar o edulcorar una idea antes de que llegue a la juventud y "cree problemas". Vean los rankings musicales de 1967, 1972 y 1976 y compárenlos con los de fines del 2010 y se darán cuenta: nadie plantea nada nuevo o interesante. Si hemos de considerar que el único rockero que puede hablar de política y ser tomado en cuenta es Bono, entonces estamos más que jodidos. Sin embargo, me alegra mucho saber que los Beatles aún siguen siendo materia de conversación. Eso quiere decir que la esperanza nunca se pierde, y que Lennon no murió en vano.







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