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Thursday, July 17, 2014





The Best (Globo, 1991) CELIA CRUZ




A Man and His Music: La Voz (Fania, 2007) HÉCTOR LAVOE








El reino de la música latina, al igual que el reino del rock, tiene sus héroes, villanos, santos y leyendas. Llamémosle música latina, salsa, mambo, etc. Es la música que suena en los salsódromos y hace bailar a miles, millones en todo el mundo.





Así como el rock tiene, digamos, un sello discográfico de vanguardia como Atlantic, la salsa es representada de la mejor forma por los artistas de Fania Records. Entre ellos dos vocalistas que ya no están con nosotros. Uno se fue el 1993, y la otra diez años después. Hablar de ellos como algo nuevo o desconocido se me hace difícil porque no sólo sabemos quiénes son, sino que están muy, muy arraigados en la cultura latinoamericana y, especialmente, en la cultura urbana de Lima y de su puerto, Callao. Celia Cruz y Héctor Lavoe son ídolos en dicho puerto, y cuando estaban vivos, sus actuaciones llenaban estadios.





Con Celia y Héctor la salsa vocal alcanzó su más alto grado de expresión. Ambos no sólo sabían mantener el ritmo con sus fraseos, sino que sabían elegir su material y, sobre todo, sus cuerdas vocales eran sobrenaturales. Héctor Lavoe tuvo una carrera tan trágica como la de algunos rockeros que llegan a lo alto, sólo para caer en el infierno de las drogas y la miseria, rodeados por paredes hechas de dinero. Con Celia eso felizmente no ocurrió, pero su muerte en el 2003 fue igualmente triste y en cierto modo inesperada.





¿Por qué colocarlos juntos en un artículo? Porque ambos generan apasionamiento en un género al cual muchos rockeros generalmente despreciamos o subestimamos. Esperamos la "fusión" de la música latina con el jazz o con el rock para poder apreciarla, sin saber ni entender que ya la salsa es una fusión en sí, un género en constante evolución, muchas veces más acelerada que la del rock en general. Lavoe y Cruz se encargaron de ello, también.




Héctor Lavoe apareció en una serie de discos de Fania Records junto a un jovencísimo Willie Colón, un trombonista y arreglista que parecía el Rey Midas. Su orquesta tenía tres trombones, obviando las trompetas, flautas y saxofones, y junto a la voz de Héctor crearon un subgénero de música latina urbana dedicada a la celebración de fiestas, pachangas, y actividades delictivas. Con Colón, Lavoe se comió a Nueva York. Cada tema que ambos ponían en las radios iban creando una leyenda, un sonido, un patrón único. Para "La Murga", aquella voz potente de Lavoe -contrapunteada por los estremecedores trombones de Colón en perfecto vaivén- consolidó su legado. 





Gigante, sonriente, con anillos de oro y anteojos. Así me gusta recordar a Héctor Lavoe; no en lo que se convirtió debido a su adicción a las drogas y a las tragedias de su vida. Poco antes de morir, confesaría en una entrevista que el tema del que más se sentía orgulloso era "Che Che Colé" porque le dio fama, dinero y mujeres. Al menos era honesto. Nadie se mete en el negocio para no obtener una cierta satisfacción, de algún tipo. Pero la fama tiene un precio y algunos adoran pagarlo. A más fama, más alcohol y drogas envolvían la vida de Lavoe. Muchas historias se cuentan de sus borracheras en el Callao y de cómo disfrutaba de una botella de Etiqueta Negra de desayuno casi todos los días. 





En el escenario, Lavoe se daba a su público. Sin éste, él no era nadie. No sería el ídolo, el cantante de los cantantes si no fuera por aquellos que "pagaban para oirlo cantar", tal como Rubén Blades escribió para Lavoe en "El Cantante", un tema de diez minutos que es una especie de mini-biografía del ponceño. En ella, Héctor nos dice que por más que siempre esté "con hembras y en fiesta", nadie parece preocuparse por la pena que lleva dentro. Por más que escuchamos su música, nos ponemos a pensar: ¿Cuál era esa pena? ¿Sufría de depresión bipolar? ¿Por qué en el escenario era el Elvis de la salsa, cantando como el coquí de Puerto Rico y mejor que el jibarito, pero fuera de éste era un pobre pelele?





Celia Cruz no llevaba misterio alguno en su vida. Siempre se mostró honesta, limpia y amiguera. Era como una de esas amigas de la familia que al llegar a la reunión alegraban el ambiente. Y vaya que lo hacía. Una carrera mucho más extensa y menos trágica que la de Lavoe la llevó a ganar premios, llenar estadios, hacer bailar a la gente. Su voz era intensa y latina, podríamos decir "picante", y su fraseo era más que brillante. En "Quimbara", junto a Johnny Pacheco, demuestra que su ritmo es inquebrantable y frenético. Aunque pareciera que la tuvo fácil porque rara vez se quejó, la vida no fue fácil para una cantante que al principio fue rechazada por la misma Sonora Matancera sólo por ser mujer. Cuando triunfó la Revolución Cubana, ella simplemente se fue porque sencillamente no había nacido para ser peona de nadie. Ni siquiera de la Sonora Matancera, que al final terminó aceptándola como una de las voces oficiales. Decidió con quién cantar y lo hizo bien: Willie Colón, Pete El Conde, Tite Curet... y la música no dejaba de sonar. Le rindió un tributo a la gran bailarina Isadora Duncan, una mujer con una vida totalmente opuesta a la de ella, pero con la misma pasión por la música. Con Colón, grabó uno de los mejores merengues jamás interpretados: "Pum Pum Catalú".







Creo que no ha habido una figura en la música latina tan carismática como doña Celia Cruz. Su voz iba muy arraigada a su simpatía, y en la radio era inmediatamente reconocible. En Perú era muy querida y cada vez que iba era recibida con muchísimo cariño. Uno de los momentos más graciosos en la TV peruana fue cuando el imitador Carlos Álvarez, disfrazado de Fidel Castro, la entrevistó con toda la confianza del mundo. Celia no sabía si reirse o enojarse, pero al final se rió de buena gana, a sabiendas que Álvarez era uno de esos payasos que le gustaba hincar a la gente.




"La Reina del Guaguancó" se murió sin ver a su Cuba libre, es decir, sin Castro. No pudo volver a pisar la tierra que la vio nacer pero eso era lo de menos. Su corazón se quedó en Nueva Jersey, Nueva York y Miami. La comunidad de latinos en Estados Unidos la hizo su reina indiscutida... y, claro, es la figura cubana más admirada del mundo, después de Fidel Castro y José Martí.




Estos dos discos de Lavoe y Cruz son dos buenos comienzos, introducciones, presentaciones, etcétera para disfrutar, más que "aprender", de la música afro-latina. Son discos para bailar y mucho.

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