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Friday, August 15, 2014


Esto es lo que se vio hace 45 años en los campos de la granja de Max Yasgur en Bethel, New York:





Woodstock Music and Art Fair




La leyenda de Woodstock, festival realizado en dicha granja, se empezó a formar quizás antes de que el festival se lleve a cabo. Los rumores prometían una verdadera conjunción cósmica de arte, estilo de vida, sexo, drogas y rock and roll. También había política, porque claro, todo evento con más de 20 personas reunidas tiende a convertirse en político.



Iba a ser, es, fue el festival de música más importante en la historia del Rock y el punto culminante de la revolución contracultural que se inició con los Beatniks a fines de los cincuenta y continuó con el maravilloso sonido de Elvis y la invasión británica a cargo de los Beatles.
Fue el gran festival de música rock que literal y logísticamente fue un desastre, pero eso no importó para que pueda ser recordado y venerado a través de los siguientes 45 años. Definió a los sesentas y setentas. Los artistas que participaron se hicieron inmortales, y nada volvió a ser igual.



Lo asombroso y bello de Woodstock es que en algún momento la juventud, en su mayoría, estuvo de acuerdo en algo. ¿Por qué ya no? ¿Qué ha tenido que pasar para que no vuelvan a haber festivales de música en los cuales todos podamos confiar el uno del otro? Creo que nos hemos vuelto muy insensibles y fáciles de convencer. Nos vendemos por un plato de lentejas. Ahora no somos más que un perfil de Facebook cuya única prueba de vida es la publicación de fotos que a la mayoría no le interesa. No estamos juntos, no compartimos espacios en común. Definitivamente estamos muy lejos de ser un festival tipo Woodstock. 




El legado del festival de 1969 nunca fracasó en su mensaje: sigue vigente, pero nosotros lo hemos ignorado y pisoteado al ser egoístas y avaros durante todos estos años. Prueba de ello es, por ejemplo, el capitalismo brutal que conllevó a esta crisis mundial y al hecho de que hay compañías que lucran con la salud de las personas y no están dispuestas a ceder un ápice para lograr un seguro de salud universal.



El área del festival de Woodstock se declaró un área de desastre, pero lanzó aquel mensaje de paz y amor que fue muy claro: depende de nosotros. Un mes después, los Beatles cantaban "The Love You Take Is Equal To The Love You Made". El festival concluyó con la era hippy e inició la década más prolífica y creativa del rock: los setentas. Era una sensasión liberadora muy profunda, como quizás la sentida al momento del fin de la Segunda Guerra Mundial.


Ver la película Woodstock 25 años después de haberla visto por primera vez por televisión es aún más impresionante que aquella noche de sábado en 1987, frente a la caja boba con la señal abierta del canal 27 UHF. Considerando todo lo que significó el festival para el Rock, en lo positivo y negativo, sólo queda afirmar que fue un hito inmenso. Un hito que cambió mi vida y de seguro la tuya. Adoro el festival y los artistas que allí se presentaron. También adoro a la audiencia, y la película hace que el público se deje querer. 

 

Uno se puede percatar que los asistentes son tan o más interesantes que los artistas que tocaron en dicho festival. Menos mal que los productores de la película decidieron no darnos simplemente una película con canciones en vivo, sino todo el paquete: Mientras John B. Sebastian canta sobre los sueños frustrados de la generación anterior, una pareja de “hippies” quizás de menos de 17 años cuentan a la cámara cómo se fugaron de casa, viven en una comuna, y cómo entienden el amor libre. Ella lo ama a él, él a ella, pero tienen la libertad de juntarse con quien quieran. Apuesto a que ni él ni ella se atrevieron a ponerse los cuernos. Ambos sienten fascinación, miedo, curiosidad y sobre todo, al final, una gran alegría, o alivio, de que algo grande está pasando frente a ellos.

Eso grande incluía a gente como Johnny Winter:
 



Johnny Winter no apareció en la versión original del film Woodstock. Aquí su performance de "Mean Town Blues", que está en el DVD extra de la edición extendida de la película.





De nuevo, creo que fue el evento masivo, con resultados positivos, más trascendental del mundo en el siglo XX. Dudo que haya otro igual en donde todo salga mal pero igual las cosas continúen funcionando bien porque exista un objetivo más importante que cumplir. Recordemos que los organizadores originales de Woodstock hicieron dos versiones más, en 1994 y el 2004,  pero fueron horribles: una carísima, la otra más cara todavía, lo que provocó desmanes y hasta muertos. No, en Bethel, New York, en aquel Agosto de 1969, había un paraíso en una zona de desastre, parafraseando a Wavy Gravy. Las dos únicas muertes fueron accidentales: una sobredosis de heroína y un asistente atropellado por un tractor. La gente regresó contenta a sus casas, después de haber presenciado un desfile de estrellas hasta ahora inigualable, pero sin hacer caso a John B. Sebastian quien les dijo que por favor recojan su basura a la salida.





Justo ahora, cuatro décadas y media después, vemos que el festival tenía un mensaje mucho más profundo que Paz y Amor y Haz el Amor y no la Guerra. Los chicos que fueron al festival demostraron que estaban hechos de estrellas, y que no temían preguntarse cosas como ¿“vale la pena cruzar el Pacífico para matar gente que no nos ha hecho daño”? o “¿Qué clase de religión es aquella que, por un lado, te dice que no hay que matar pero cuando vas a matar con un uniforme y una bandera está bien?”


No en vano se ha vilipendiado a los hippies por tantos años... pero ese es otro tema porque hay hippies y “hippies”. Y yo personalmente he gozado a los dos grupos: un grupo tiene ideas claras, con las cuales puedes estar de acuerdo o no, pero viven en base a ellas. Algo casi imposible incluso en estos tiempos. Creen en el reciclaje, en políticas medioambientales, y sobre todo escuchan y participan en un intercambio de ideas. Trabajan y pagan impuestos, preguntándole al gobierno a dónde carajos va a parar cada dólar que le dan. El otro grupo sólo busca vivir gratis a costa de los demás, ya sea de sus impuestos o del sillón de la sala... Además, en caso de una situación que les convenga, son capaces de cambiar de ideas rapidísimo: si en 1969 pedían detener la polución de las petroleras, ahora preguntan si el calentamiento global no es un cuento inventado por los comunistas. Si en 1980 tocaban guitarra y cantaban protestando contra la elección de Ronald Reagan, el 2012 votaron por Mitt Romney porque así es la vida. En menos de cinco minutos nos podemos dar cuenta a qué grupo pertenece una persona de la nación Woodstock que acabamos de conocer.




Agosto de 1969 fue un momento clave, también: jamás habían habido tantos jóvenes en Estados Unidos. Cinco años antes, esa millonada adolescente vio a los Beatles en el programa de Ed Sullivan y sus radios transistorizados le dieron sentido, rumbo, a sus vidas. Eran los hijos de los que regresaron de la Segunda Guerra Mundial. Eran aquellos que no querían otra guerra de esas (aunque sus hijos y nietos posteriormente hayan muerto en Irak y Afganistán). Eran aquellos que perdieron la inocencia de un mundo nuevo y una nueva frontera cuando Kennedy murió abaleado y la guerra de Vietnam se desató producto de una mentira. Fueron aquellos que empezaron a preguntarse: "¿Dónde quedó aquel sueño de posguerra que nos prometieron en el 45?" Ellos fueron el caldo de cultivo perfecto para una revolución cultural, que pudo haber dado para más. La película muestra ambas caras de una moneda al aire: una generación vieja, aburrida, retrógrada y obsoleta que no comprende nada nuevo, y una juventud verdaderamente rebelde dispuesta a hacer saber al mundo que la guerra es muerte, y la música es vida.




Un mes antes el hombre había llegado a la luna, y en Woodstock 400,000 asistentes volaron -ayudados o no con sustancias alucinógenas- con música maravillosa como la de Santana, Janis Joplin, Jefferson Airplane, Ten Years After, Canned Heat, The Who. Un mar de gente se enfrentó a la intemperie y, aunque muchas veces se haya tildado a los hippies de ateos, éstos rezaron a un poder superior para que la lluvia escampe.




Por más que se le intente comparar eventos como Coachella, Burning Man o Lollapalooza, Woodstock fue una anomalía única e irrepetible: la película que se hizo sobre el festival lo demuestra con un encanto e inocencia sorprendentes. Jamás tuvo un escenario artistas de tan alta calidad y en un momento tan importante. Bob Dylan no estuvo, pero la locación del festival tuvo algo de homenaje al judío errante. Nixon sería re-elegido presidente poco después, y la nación Woodstock demostró que una elección limpia elige presidentes limpios para un país limpio (aunque el festival dejara basura como para pasársela recogiendo hasta ahora). No siempre habrán líderes limpios, es verdad, pero al menos el espíritu de deseo de un mundo justo no debe perderse. 


1 comments:

Anonymous said...

Hacía mucho tiempo que no veía esa nota de El Comercio. Recuerdo que no me agradó que mutilaran el recuadro de los festivales que originalmente les entregué. Hubo algunos, como los US Festival del 82 y 83, en el sur de California, producidos por Steve Wozniak, que merecieron ser publicados.
Aún no sé de dónde sacas estas rarezas amarillentas.
Saludos,

JL

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