Septiembre de
1991 vio aparecer este disco, el segundo de un power trio de Seattle que
llevaba dentro mucha frustración, amargura y desolación, el 90% de todo esto
concentrado en su guitarrista y vocalista Kurt Cobain, quien expresaba el humor
de la generación de aquel entonces que estaba graduándose de la secundaria para
entrar al mercado laboral de una Seattle en recesión. Para colmo el clima de la
ciudad no ayudaba mucho: llueve como mierda y la gente no tiene mucho que hacer
más que quedarse en sus viviendas horneándose y deprimiéndose más y más.
Ese es en líneas generales el contexto en el cual Nevermind apareció: Geffen Records estaba encantado con el resultado final del álbum, mezclado por Andy Wallace después de varias intentonas fallidas, y con aquel primer esbozo de éxito: “Smells Like Teen Spirit”, canción que “hizo” y “deshizo” a Cobain pero que puso a la banda en el panteón de la fama y fortuna. Lo único que cambió para Cobain fueron sus dealers de heroína y la gente que antes lo había rechazado e ignorado ahora lo buscaba con insistencia. Su suicidio en abril de 1994 representó el fin de la era dorada del rock and roll rebelde en las listas de popularidad; pero ni Cobain pudo matar la semilla que dejó plantada en tanta gente. Digan lo que digan, Nevermind fue el disco más influyente de la década de los noventas.
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