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Sunday, October 14, 2012


Ver la película Woodstock 25 años después de haberla visto por
primera vez por televisión es aún más impresionante que aquella noche de sábado
en 1987, frente a la caja boba con la señal abierta del canal 27 UHF. Considerando todo lo que
significó el festival para el Rock, en lo positivo y negativo, sólo queda
afirmar que fue un hito inmenso. Un hito que cambió mi vida y de seguro la tuya. Adoro el festival y los artistas que allí se presentaron. También adoro a la audiencia, y la película hace que el público se deje querer.

 


Uno se puede percatar
que los asistentes son tan o más interesantes que los artistas que tocaron en
dicho festival. Menos mal que los productores de la película decidieron no
darnos simplemente una película con canciones en vivo, sino todo el paquete:
Mientras John B. Sebastian canta sobre los sueños frustrados de la generación
anterior, una pareja de “hippies” quizás de menos de 17 años cuentan a la cámara
cómo se fugaron de casa, viven en una comuna, y cómo entienden el amor libre.
Ella lo ama a él, él a ella, pero tienen la libertad de juntarse con quien
quieran. Apuesto a que ni él ni ella se atrevieron a ponerse los cuernos. Ambos
sienten fascinación, miedo, curiosidad y sobre todo, al final, una gran
alegría, o alivio, de que algo grande está pasando frente a ellos.



Eso grande incluía a gente como Johnny Winter:
 






Johnny Winter no apareció en la versión original del film Woodstock. Aquí su performance de "Mean Town Blues", que está en el DVD extra de la edición extendida de la película.






Creo que fue el evento masivo, con
resultados positivos, más trascendental del mundo en el siglo XX. Dudo que haya
otro igual en donde todo salga mal pero igual las cosas contin
úen funcionando
bien porque exista un objetivo más importante que cumplir. Recordemos que los
organizadores originales de Woodstock hicieron dos versiones más, en 1994 y el
2004,  pero fueron horribles: una
carísima, la otra más cara todavía, lo que provocó desmanes y hasta muertos.
No, en Bethel, New York, en aquel Agosto de 1969, había un paraíso en una zona de
desastre, parafraseando a Wavy Gravy. Las dos únicas muertes fueron
accidentales: una sobredosis de heroína y un asistente atropellado por un
tractor. La gente regresó contenta a sus casas, después de haber presenciado un desfile de estrellas hasta ahora inigualable, pero sin hacer caso a John B.
Sebastian quien les dijo que por favor recojan su basura a la salida.


Justo ahora, cuatro décadas después,
vemos que el festival tenía un mensaje mucho más profundo que Paz y Amor y Haz el
Amor y no la Guerra. Los chicos que fueron al festival demostraron que estaban
hechos de estrellas, y que no temían preguntarse cosas como ¿“vale la pena
cruzar el Pacífico para matar gente que no nos ha hecho daño”? o “¿Qué clase de
religión es aquella que, por un lado, te dice que no hay que matar pero cuando
vas a matar con un uniforme y una bandera está bien?”



No en vano se ha
vilipendiado a los hippies por tantos años... pero ese es otro tema porque hay
hippies y “hippies”. Y yo personalmente he gozado a los dos grupos: un grupo tiene ideas claras, con las
cuales puedes estar de acuerdo o no, pero viven en base a ellas. Algo casi
imposible incluso en estos tiempos. Creen en el reciclaje, en políticas
medioambientales, y sobre todo escuchan y participan en un intercambio de
ideas. Trabajan y pagan impuestos, preguntándole al gobierno a dónde carajos va
a parar cada dólar que le dan. El otro grupo sólo busca vivir gratis a costa de
los demás, ya sea de sus impuestos o del sillón de la sala. En caso de una
situación que les convenga, son capaces de cambiar de ideas rapidísimo: si en
1969 pedían detener la polución de las petroleras, ahora preguntan si el
calentamiento global no es un cuento inventado por los comunistas. Si en 1980 tocaban guitarra protestando contra la elección de Ronald Reagan, el 2012 votarán por Mitt Romney porque así es la vida. En menos de cinco minutos nos podemos dar cuenta a qué grupo pertenece una persona de la nación
Woodstock que acabamos de conocer.





Agosto de 1969 fue un momento clave, también: jamás
habían habido tantos jóvenes en Estados Unidos. Cinco años antes, esa millonada adolescente vio a los Beatles en el programa de Ed Sullivan y sus radios transistorizados le dieron sentido, rumbo, a sus vidas. Eran los hijos de los que
regresaron de la Segunda Guerra Mundial. Eran aquellos que no querían otra
guerra de esas (aunque sus hijos y nietos posteriormente hayan muerto en Irak y
Afganistán). Eran aquellos que perdieron la inocencia de un mundo nuevo y una
nueva frontera cuando Kennedy murió abaleado y la guerra de Vietnam se desató
producto de una mentira. Fueron aquellos que empezaron a preguntarse: "¿Dónde quedó aquel sueño de posguerra que nos prometieron en el 45?" Ellos fueron el caldo de cultivo perfecto para una revolución cultural, que pudo haber dado para más. La película muestra ambas caras de una moneda al aire: una generación vieja, aburrida, retrógrada y obsoleta que no comprende nada nuevo, y una juventud verdaderamente rebelde dispuesta a hacer saber al mundo que la guerra es muerte, y la música es vida. Un mes antes el hombre había llegado a la luna, y en Woodstock 400,000 asistentes volaron -ayudados o no con sustancias alucinógenas- con música maravillosa como la de Santana, Janis Joplin, Jefferson Airplane, Ten Years After, Canned Heat, The Who. Un mar de gente se enfrentó a la intemperie y, aunque muchas veces se haya tildado a los hippies de ateos, éstos rezaron a un poder superior para que la lluvia escampe.




Por más que se le intente comparar eventos como Coachella, Burning Man o Lollapalooza, Woodstock fue una anomalía única e irrepetible: la película que se hizo sobre el festival lo demuestra con un encanto e inocencia sorprendentes. Jamás
tuvo un escenario artistas de tan alta calidad y en un momento tan importante.
Bob Dylan no estuvo, pero la locación del festival tuvo algo de homenaje al
judío errante. Nixon sería re-elegido presidente poco después, y la nación
Woodstock demostró que una elección limpia elige presidentes limpios para un país limpio (aunque el festival dejara basura como para pasársela recogiendo hasta ahora). No siempre habrán líderes limpios, es verdad,
pero al menos el espíritu de deseo de un mundo justo no debe perderse.






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