El cuarto LP
de Led Zeppelin, aún sin título, es el equivalente en arquitectura a uno de
esos hoteles construidos por la inmobiliaria Trump: enormes, majestuosos, con
habitaciones cómodas y lujosas y mucho enchapado en oro, pero cómo se construyó
y qué triquiñuelas se hicieron para que se termine... eso es otra historia. Y
es que Jimmy Page, uno de los más grandes estafadores y cuenteros del rock
inglés, sabe cómo marquetearse. Es un guitarrista de rock con buenos riffs y
eso, pero no es mejor que Beck o Clapton. Apenas alguien le cuestiona o critica
algo, Page sale con el cuco de “ooh, satánico, ocultista... misterioso... celta”
y la gente se asusta y lo deja en paz. Es tan vendedor de sebo de culebra que
hasta ha tenido el descaro de usar la muerte del hijo del vocalista Robert
Plant y la de la del baterista John Bonham para “promocionar” su imagen y
banda.
Page es una experta urraca ladrona que roba riffs y acordes de aquí y allá y se las lleva a su nido. No es el único guitarrista que hace esto: Steve Miller también, pero Miller me cae más simpático. “Taurus”, tema de Spirit de 1968, fue profanado por Page para beneficio de “Stairway”.
El lado B presenta una estructura similar al A: rock del bueno y de vanguardia con “Four Sticks” y “Misty Mountain Hop”, balada folk con “Going to California” y un blues pesado y místico con el cover de Memphis Minnie “When the Levee Breaks”, de lejos el mejor tema del disco.
La banda muestra lo mejor de sí en todo el disco, no hay discusión en esto. La producción es impecable y oculta deficiencias que tanto Page como Plant pudieran tener en sus respectivos roles gracias a los efectos electrónicos, pero el resultado es satisfactorio y hasta ahora exitoso. Como los edificios Trump, podemos admirar su arquitectura pero al mismo tiempo criticar los métodos y las personas a cargo.
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