Sé por qué la muerte de Micky Rospigliosi me ha causado mucha pena hoy. Es porque él no se fué sin pelear, sin perseguir ese imposible de salir libre de un cáncer que lo estaba comiendo vivo por dentro desde hace más de un año. Micky Rospigliosi es hoy día sinónimo de lucha por la vida.
Curiosamente, lo que más oí de Micky durante su carrera como comentarista y narrador deportivo (especialmente fútbol) eran cosas negativas. A Micky le dijeron de todo, y los insultos venían sobre todo de la Federación Peruana de Fútbol y de los que creían que sus métodos iban a lograr que el Perú logre un empate a lo máximo y que esto era aceptable. A Micky lo calificaron de mermelero igual que su viejo, corrupto, gordo panzón, balón de bilis que no quiere a su país, cornudo, etcétera. Yo por alguna razón no me creía las cosas malas que decían de él, más que nada porque me gustaba su entusiasmo y pasión por el fútbol y sobre todo él y yo teníamos el mismo sueño de volver a ver a Perú metiendo goles.
En 1990 mi abuelo, quien fue al mundial de Italia de aquel año, me contó que Micky Rospigliosi, quien también había ido al mundial, no iba a los estadios a narrar los partidos para Panamericana sino que transmitía los partidos desde el hotel, con la televisión encendida. Pudo haber sido un rumor llegado de fuera, o en verdad a Micky no le daban el enlace microondas por falta de dinero, pero por lo que mi abuelo dio a entender, Micky se estaba ahorrando el dinero de las microondas de Panamericana para sus gastos personales. Quién sabe. Pero una cosa era cierta: Perú no estaba en el mundial, después de la segunda campaña más desastrosa de su historia (la primera es la de Sudáfrica 2010. El Perú es el primer país del planeta oficialmente eliminado.) Y la culpa iba de un dirigente a otro, pasando por entrenadores malos y futbolistas borrachos.
Al igual que las cosas que se decían de Micky, tampoco le presté mucha atención a los eventos del fútbol peruano como los torneos descentralizados que cada año nos iban sumergiendo en una mediocridad deportiva apabullante (salvo gloriosas excepciones como en 1997 con Sporting Cristal y el 2003 con Cienciano del Cuzco.) Pero siempre que alguien que supuestamente sabía más me decía que yo no estaba en condiciones de opinar, me remitía a un solo hecho: no habíamos estado en un mundial desde España 82 y no habíamos ganado un partido desde el apabullante 4 a 1 del Perú-Irán de Argentina 78. Y esta ha debido de ser la meta de todos los involucrados: hacer que el Perú vaya a un mundial, y hacerlo durar por lo menos hasta la primera ronda. Micky nos ha demostrado que es difícil, pero no imposible.
Curiosamente, lo que más oí de Micky durante su carrera como comentarista y narrador deportivo (especialmente fútbol) eran cosas negativas. A Micky le dijeron de todo, y los insultos venían sobre todo de la Federación Peruana de Fútbol y de los que creían que sus métodos iban a lograr que el Perú logre un empate a lo máximo y que esto era aceptable. A Micky lo calificaron de mermelero igual que su viejo, corrupto, gordo panzón, balón de bilis que no quiere a su país, cornudo, etcétera. Yo por alguna razón no me creía las cosas malas que decían de él, más que nada porque me gustaba su entusiasmo y pasión por el fútbol y sobre todo él y yo teníamos el mismo sueño de volver a ver a Perú metiendo goles.
En 1990 mi abuelo, quien fue al mundial de Italia de aquel año, me contó que Micky Rospigliosi, quien también había ido al mundial, no iba a los estadios a narrar los partidos para Panamericana sino que transmitía los partidos desde el hotel, con la televisión encendida. Pudo haber sido un rumor llegado de fuera, o en verdad a Micky no le daban el enlace microondas por falta de dinero, pero por lo que mi abuelo dio a entender, Micky se estaba ahorrando el dinero de las microondas de Panamericana para sus gastos personales. Quién sabe. Pero una cosa era cierta: Perú no estaba en el mundial, después de la segunda campaña más desastrosa de su historia (la primera es la de Sudáfrica 2010. El Perú es el primer país del planeta oficialmente eliminado.) Y la culpa iba de un dirigente a otro, pasando por entrenadores malos y futbolistas borrachos.
Al igual que las cosas que se decían de Micky, tampoco le presté mucha atención a los eventos del fútbol peruano como los torneos descentralizados que cada año nos iban sumergiendo en una mediocridad deportiva apabullante (salvo gloriosas excepciones como en 1997 con Sporting Cristal y el 2003 con Cienciano del Cuzco.) Pero siempre que alguien que supuestamente sabía más me decía que yo no estaba en condiciones de opinar, me remitía a un solo hecho: no habíamos estado en un mundial desde España 82 y no habíamos ganado un partido desde el apabullante 4 a 1 del Perú-Irán de Argentina 78. Y esta ha debido de ser la meta de todos los involucrados: hacer que el Perú vaya a un mundial, y hacerlo durar por lo menos hasta la primera ronda. Micky nos ha demostrado que es difícil, pero no imposible.
Aquí lo vemos en una entrevista con la controvertida Magaly Medina en Marzo de 2009, cuatro meses antes de su muerte. Micky en vez de llorar por su enfermedad, sale con su voz crítica y enterada a comentar un típico, aunque un poco más serio, escándalo del fútbol peruano:
Micky hablaba y escribía con un hígado revuelto, hastiado de que el Perú no esté al nivel de otros países en materia futbolística porque al parecer, sin haberlo expresado, tácitamente habíamos tirado la toalla. Esperaba de los jugadores una garra, unos deseos de ganar que no lo tenían, y resultó que Micky peleó contra el cáncer con un empeño y fuerza tal que de haberla tenido los jugadores de fútbol peruanos entre 1983 y el 2009, hubieran ido a todos los mundiales a causar daño al rival.
Aunque amargado, la amargura de Micky era un reflejo de lo que la hinchada sentía y ahora último energizaba esos deseos de no rendirse, de seguir en el fragor de la lucha. Sabía que la muerte le iba a llegar temprano de la misma forma que a su hermano y a su padre, el gran periodista deportivo Pocho Rospigliosi. Pero eso no le importó, siguió con su vida, con sus actividades, con sus alegrías como su matrimonio y decepciones como la puesta de cuernos que le dio una vedette llamada Sara Manrique. No tiró la toalla, pero por lo visto el fútbol peruano sí.
Su sufrimiento al batallar a la muerte me recordó la misma batalla que libró mi abuelo en el 2000, no contra el cáncer sino contra la cura. Ambos, quienes fueron al mundial Italia 90, pelearon contra lo inevitable, y el haber muerto no significa haber sido vencidos. Micky ha dejado un mensaje claro: para lograr lo que queremos hay que sudar la camiseta y mucho, sin esperar recompensas como los fuertes sueldos de los clubes Europeos o la aprobación de instituciones como la Federación Peruana de Fútbol.
Micky Rospigliosi (1965-2009) descansa en paz y deja un legado de inspiración para jugar con garra partidos más complicados y difíciles que el fútbol.
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